El juego es un derecho de la niñez, que se extiende hasta la vida adulta, ya que es la actividad por excelencia, que promueve el aprendizaje y el desarrollo de los niños y jóvenes, ya que a través de él descubren, experimentan, desarrollan habilidades físicas, intelectuales y sociales, con las cuales se prueban a sí mismos y se comparan con los demás. En el juego cooperativo se hacen representaciones de la vida adulta y se establecen formas de convivencia social y normas que permiten a los niños y jóvenes integrarse y relacionarse sanamente con su entorno.

El juego en los niños es una forma espontánea y natural de aprender significativamente y desarrollar habilidades, ya que inventan, imaginan, representan, descubren, interactúan, ríen, se entretienen, se divierten. A lo largo de los años así han aprendido los niños entre sí, desarrollando el instinto natural del aprendizaje, que se conserva y desarrolla hasta la vida adulta.

El equilibrio emocional resultante del juego constructivo en donde se desarrollan habilidades físicas e intelectuales, explica por qué los adultos recordamos con nostalgia este periodo de la vida. Debemos eliminar la idea que tenemos sobre el juego infantil: “cuando los niños juegan pierden el tiempo”. Por el contrario, debemos aprovechar al máximo la propensión natural al aprendizaje con el juego como guía de la enseñanza.

Desde la primera infancia los niños juegan, con cualquier cosa que les llame la atención. De hecho se ha desarrollado una gran industria que se dedica a diseñar y hacer juguetes que entretengan y diviertan a los niños. Sin embargo, los niños juegan con o sin juguetes, su mundo lleno de fantasía y creatividad les permite inventar e imaginar que una caja es una casa o se puede convertir en un tren o en un avión. Los niños juegan imitando las actividades de los adultos, a la casita, a la oficina, al doctor, a la tiendita, y mientras lo hace aprenden muchas cosas, pues les es significativo el juego que representan y desarrollan habilidades cuando interactúan con los objetos con los que juegan.

Cuando observamos a los niños o jóvenes jugar, podemos conocerlos más, saber cómo son, qué les interesan y cómo interactúan con su entorno. Este conocimiento sobre ellos nos permite diseñar y estimular los juegos con objetivos concretos de aprendizaje sobre cualquier tema, matemáticas, ciencias, lectoescritura, historia, educación física, etc.

Así los niños y jóvenes interactúan con los aprendizajes que se vuelven significativos para ellos.